miércoles, abril 4

Entre muerte digna y miserias propias

Hace tanto que no escribo acá que ya no se si me acuerdo cómo se hace. No que no me toque escribir casi todas las semanas. Pero por lo general escribo en inglés, y escribo lo que luego será escuchado pero rara vez leído. Escribo para otros. Acá, hoy, escribo para mí. Y escribo porque confío en que las palabras puedan ayudarme a exorcizar algunos de mis demonios, a lidiar con lo que toca, a decir adiós.

Quizá sea por eso que hoy me encontré pensando en el relato talmúdico que describe las últimas horas de Rabi Yehuda haNasi. Porque es un relato que piensa sobre lo difícil que nos resulta despedirnos de quienes verdaderamente queremos, incluso al punto de volvernos irremediablemente egoístas al enfrentarnos con semejante dificultad.


El Talmud cuenta que Rabi Yehuda venía pasándola mal. Está enfermo. Sufre. Le duele todo. Pero sus alumnos no quieren que se muera. Y por eso rezan. Rezan con tal fervor que ni siquiera los ángeles celestiales pueden contrarrestar el efecto demoledor de dichas plegarias. El Talmud incluso lo plantea, si se me permite la anacronía (y claro que se me permite, al fin y al cabo estoy escribiendo para mí) casi en términos futbolísticos: "Los reinos superiores requerían a Rabi y los reinos inferiores requerían a Rabi." Todos quieren que Rabi Yehuda juegue para su equipo. Imaginen qué importante es Rabi Yehuda en el imaginario colectivo que no necesita que lo llamen por su nombre. En el Talmud, cuando se habla de "Rabi" a secas, todos saben que se trata de Rabi Yehuda haNasi, Rabi Yehuda "el príncipe." Rabi es el Messi de su generación (y dale con el fútbol...), el jugador con el que todos quieren contar. Los ángeles lo quieren en el Cielo. Sus alumnos lo quieren acá en la Tierra y no están dispuestos a dejarlo morir. Y por eso rezan. Como nunca antes y, posiblemente, como nunca después.


Pero en ese rezo fervoroso y descontrolado, llega un punto en el que los alumnos dejan de ver al maestro. Se olvidan de su sufrimiento y de su dolor y sólo piensan en el de ellos. Y tal vez sea difícil juzgarlos. Porque es doloroso dejar ir a quienes amamos con el alma. Porque nos da miedo, porque nos angustia pensar qué haremos cuando ya no estén, porque nos es imposible pensar la vida sin ellos. Y ni que hablar si se trata del gran maestro de la generación, o de esos amigos que queremos como hermanos, o del gran amor de nuestras vidas, ¿no? ¿Cómo no pecar de egoístas? ¿Cómo no terminar siendo profundamente mezquinos en nuestras actitudes?


Es en este punto que el Talmud incluye la visión de un personaje clave: la criada de Rabi Yehuda. Y así cuenta el Talmud: "Cuando vio cuántas veces tenía que ir [Rabi Yehuda] al baño y quitarse las filacterias para luego volver a ponérselas, cuando vio su sufrimiento, dijo: Quiera Ds que la voluntad de los reinos superiores se imponga a la voluntad de los reinos inferiores."


La criada, y no los alumnos, es aquella que puede ver más allá de su propio dolor y expresar el deseo de que Rabi Yehuda deje de sufrir. Es ella, y no los estudiantes, quien nos termina enseñando Tora. Pero, al parecer, su plegaria no surte el efecto deseado. Si los alumnos pueden contrarrestar los deseos de los ángeles, imaginen lo que pueden hacer con la simple oración de una criada... Y por eso Rabi Yehuda sigue ahí, maltrecho, atado a una vida que no es vida "gracias" a los rezos de sus alumnos.


"Fue entonces que ella tomó un jarrón y lo tiró desde el techo hacia el piso, haciendo tanto ruido al estallar que los Sabios se quedaron momentáneamente en silencio y dejaron de rezar por la salud de su maestro. Fue, en ese momento, que Rabi Yehuda haNasi se murió."


Tan simple como contundente. Tan conciso como bello. Tan triste como real.


Dejar ir a quienes queremos se cuenta entre las cosas más difíciles que nos toca hacer en vida. Pero, al parecer, el Talmud quiere dejarnos bien en claro que una muerte digna es mucho más noble que dejar sufriendo de manera innecesaria y por tiempo indefinido a aquellos que tanto decimos querer.


Nada me asegura que, frente a una situación similar, yo no termine haciendo lo mismo que los alumnos de Rabi Yehuda hicieron con su maestro. Quizá sea por eso que, de tanto en tanto vuelvo a releer la historia que registra las últimas horas de este sabio. Quizá sea por eso que vuelvo a leer sobre la valentía de una mujer que supo marcar el camino, que miró por sobre sus propias miserias y que pudo ver al hombre sufriendo, despojado de sus títulos y sus honores, listo para iniciar su camino hacia la próxima etapa. Incluso asumiendo el dolor que conlleva decir adiós, de una buena vez y para siempre.


(Quien quiera leer el relato en su versión original, que vaya a Ketuvot 104a.)

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