Spoiler alert: Esta historia nada tiene que ver con el aborto. Y sin embargo...
En el tratado de Bava Metzia (62a), el Talmud nos habla de dos personas deambulando en medio de la nada. Están solos, caminando a la par y a varios días del próximo poblado. Hace calor, mucho calor, y la sed empieza a notarse. ¿Cuánto falta para que la deshidratación los termine matando?
Por suerte, uno de ellos carga con una cantimplora. Pero, como si la situación no fuera lo suficientemente angustiante, el agua alcanza para que sólo uno de ellos beba y, con sus últimas fuerzas, llegue a destino. "Si toman los dos," dice el Talmud, "se mueren." Nos guste o no, el hecho es que no hay agua para ambos.
Frente a semejante problema, ¿qué es lo que se debe hacer? ¿Qué es lo que ustedes harían?
El Talmud nos ofrece dos opciones:
1) Dijo Ben Petora: Es mejor que tomen [agua] los dos aún si mueren y que no vea uno la muerte del otro.
El primer enfoque parecería ser un llamamiento al heroísmo, a la épica. Que tomen los dos a ver si tienen suerte y logran llegar al próximo pueblo. Que compartan el destino, el agua y los recursos, con la esperanza de que se suceda el milagro y de que nadie se muera. En caso de que el milagro no ocurra, es preferible que mueran los dos y que ninguno vea a su semejante fallecer ni tenga que cargar con la culpa del sobreviviente. Al menos, esa es la opinión de Ben Petora.
2) Hasta que llegó Rabi Akiva y explicó: "La vida de tu hermano será contigo" (Levítico 25:36). [Esto nos enseña que] tu vida tiene preferencia por sobre la vida de tu prójimo.
A diferencia de Ben Petora, de quien no sabemos casi nada, Rabi Akiva es una de las estrellas del Talmud, sabio entre los sabios, y conocido como aquel maestro que tenía la enorme capacidad de encontrar soluciones importantes a problemas complejos.
Rabi Akiva no cree, al menos en este caso, en el heroísmo o la épica. Él sabe que el agua no alcanza para los dos compañeros y está convencido de que es irresponsable decidir la ley en base a milagros que tal vez nunca aparezcan. Es por ello que Rabi Akiva determina que nuestra propia vida tiene prioridad por sobre la de nuestro prójimo y que, por lo tanto, es el dueño de la cantimplora aquel que tiene el derecho de beber el agua y llegar a la próxima estación. A la hora de elegir, nuestro sabio promueve un escenario en donde se le da preferencia a una vida (¡la propia!) antes que matar con certeza a dos.
A veces, el deseo de salvar dos vidas puede llevarnos a promover situaciones en las cuales no se salva ninguna. Cada tanto, nuestro compromiso con el valor de la vida puede cegarnos de manera tal que terminamos creando una serie de condiciones que no hacen más que atentar contra dicho principio. Y eso es posiblemente lo que le ocurrió a Ben Petora. Y a tantos de nosotros hoy en día. Y a tantos otros siglos atrás. Porque, para mí, no es casual el fraseo talmúdico del "Hasta que llegó Rabi Akiva." No creo que sea fortuito que el texto deje entrever que la situación cambió con la aparición del famoso sabio y sus enseñanzas. Como si hasta cierto punto, y tal vez con algo de razón, la mayoría hubiese avalado la esperanza sin límites de Ben Petora. Como si hasta determinado momento la gente hubiera querido apostar por ese heroísmo desenfrenado, confiados en que se podría salvar a esas dos personas perdidas en el desierto.
Pero entonces llegó Rabi Akiva y nos dijo que no es posible vivir de milagros. Y asimismo nos recordó que, a veces, y por mucho que nos duela, no podemos salvar las dos vidas. Es en ese contexto, enseña nuestro sabio, que tenemos que elegir y hacernos cargo. Es frente a esas circunstancias que no debemos escondernos en el discurso que defiende el status quo, ni librar todo a la buena de Ds, ni abrazarnos a la dialéctica de la épica milagrosa. Porque Ds no opera de esa manera y porque de nada sirve profesar el valor metafísico de toda vida cuando en la vida real, en esa vida que verdaderamente cuenta y que no depende ni de la teoría ni de las buenas intenciones, la gente se muere de forma innecesaria porque el agua no le alcanza o el acceso a los recursos que importan se le niega. Esa realidad tan propia de nuestros tiempos no sólo es terrible sino también muy cruel, y no es justo que nos quedemos con los brazos cruzados esperando que los problemas se resuelvan por sí mismos. Llega un punto en el que algo tenemos que hacer. Una vez que nos volvemos conscientes de lo que sucede ya no nos podemos desentender.
Ahora bien, yo les avisé que esta historia nada tenía que ver con el aborto. Así que, en todo caso, los invito a que sean ustedes los que saquen sus propias conclusiones. Y, dicho sea de paso, la próxima vez que salgan a caminar por el desierto, asegúrense de cargar con sus propias cantimploras!
Talmudiando
Siete años y medio leyendo el Talmud, un día a la vez
jueves, julio 12
domingo, abril 8
Acuerdos, expectativas y desilusiones
Uno de los relatos más tristes que alguna vez leí en el Talmud es también uno de los más cortos. En su versión original no necesita más que cuarenta y cuatro palabras para describir un mundo de sensaciones, de expectativas y de desilusiones. Tan corto es, que creo que vale la pena intentar traducirlo para que se den una idea de lo que hablo:
Rav Rehumi acostumbraba estudiar con Rava en [la ciudad de] Mehoza.
Solía regresar a su casa en la víspera de Iom Kipur.
Un día su estudio lo atrapó.
Su mujer lo esperaba.
"Ya vendrá, ya vendrá."
No vino.
Se entristeció. Una lágrima cayó de su ojo.
[Rav Rehumi] estaba sentado en el techo. El techo colapsó debajo de él y se murió.
(Ketuvot 62b)
Por dónde empezar, ¿no?
A veces parece tan fácil pegarle a Rav Rehumi por su ausencia, por su amor bifurcado entre su mujer y sus estudios o por el hecho de regresar al hogar justo en la víspera de Iom Kipur, en uno de los pocos días al año en los que las relaciones sexuales están prohibidas. Sin embargo, por más de que sea sumamente sencillo destrozar al aspirante a sabio por todas esas cosas, el hecho es que nada de eso fue lo que le rompió el corazón a su mujer.
Según esta historia en miniatura, Rehumi y su mujer sostienen su relación a partir de un acuerdo que parece bastante claro: Ella espera que regrese cada año en la víspera de Iom Kipur. Punto.
Sí, es posible que según las sensibilidades del siglo XXI ese tipo de relación roce lo humillante. Pero nada en el relato nos obliga a pensar que la mujer de Rehumi lo quiere cerca durante el resto del año. Sabemos que a él le atrae el estudio y sabemos que hay una suerte de triángulo amoroso entre Rehumi, su mujer y la Tora. Pero no tenemos idea de lo que pasa con ella. Creer que ella lo quiere cerca todo el tiempo habla más de lo que a nosotros no nos alcanza que de lo que ella necesita. El acuerdo era que Rehumi vuelva para Iom Kipur. La expectativa estaba puesta allí. "Ya vendrá, ya vendrá," aparece diciendo, casi suspirando. Y cada uno de nosotros puede sentir cómo su ilusión se mantiene hasta el último momento. Pero no, "no vino." El estudio fue más fuerte, Rehumi encontró con qué entretenerse y, en esa elección, terminó por romper no sólo los términos de su relación sino también el corazón de su mujer.
Lo que a mí más me conflictúa al leer la historia es el quiebre de la ilusión, el cambio unilateral de los términos y condiciones de la relación sin previo aviso. Rehumi podría haberle mandado una carta a su mujer, o una paloma mensajera, o hacerle señales de humo. Lo que sea. Sí, también podría haber dejado de encerrarse en la escuelita de Rava y volver a su casa a tiempo completo. Lo se. Pero incluso si se mantenía ese acuerdo de la visita anual... Rehumi y su mujer tenían una cotidianeidad inusual, pero cotidianeidad al fin. Entre los dos habían desarrollado al menos un ritual que, una vez que ya no estuvo, dicha falta le generó un agujero enorme a quien todavía mantenía la expectativa y la esperanza. ¿Por qué Rehumi no pudo, supo o quiso sostenerlo? ¿Tan fuerte era su amor por el estudio? ¿Tan poco el amor por esa mujer?
El final del relato, entre la lágrima rodando por la mejilla de ella y el techo colapsando debajo de los pies de él, es simplemente bello. Se trata de la sincronía en la debacle de un mundo que ya no existe más. Ella está decepcionada y no lo oculta. Él no tiene idea de lo que le pasa a ella, pero enfrascado en sus estudios termina por quedar atrapado entre los escombros de lo que ya se rompió sin vuelta atrás.
Tal vez, con este relato el Talmud está intentando advertirnos sobre los peligros del estudio excesivo. Tal vez, nos está diciendo que el camino hacia la sabiduría no va por ahí, y que Rehumi nunca entendió de qué se trataba. O, tal vez, el Talmud sólo nos está pidiendo que seamos claros en nuestros vínculos y relaciones, que tratemos de ser lo menos ambiguos posibles y que si cambiamos los términos y condiciones sepamos avisar con tiempo. Hay lágrimas que son evitables y hay techos que no tienen por qué colapsar.
Rav Rehumi acostumbraba estudiar con Rava en [la ciudad de] Mehoza.
Solía regresar a su casa en la víspera de Iom Kipur.
Un día su estudio lo atrapó.
Su mujer lo esperaba.
"Ya vendrá, ya vendrá."
No vino.
Se entristeció. Una lágrima cayó de su ojo.
[Rav Rehumi] estaba sentado en el techo. El techo colapsó debajo de él y se murió.
(Ketuvot 62b)
Por dónde empezar, ¿no?
A veces parece tan fácil pegarle a Rav Rehumi por su ausencia, por su amor bifurcado entre su mujer y sus estudios o por el hecho de regresar al hogar justo en la víspera de Iom Kipur, en uno de los pocos días al año en los que las relaciones sexuales están prohibidas. Sin embargo, por más de que sea sumamente sencillo destrozar al aspirante a sabio por todas esas cosas, el hecho es que nada de eso fue lo que le rompió el corazón a su mujer.
Según esta historia en miniatura, Rehumi y su mujer sostienen su relación a partir de un acuerdo que parece bastante claro: Ella espera que regrese cada año en la víspera de Iom Kipur. Punto.
Sí, es posible que según las sensibilidades del siglo XXI ese tipo de relación roce lo humillante. Pero nada en el relato nos obliga a pensar que la mujer de Rehumi lo quiere cerca durante el resto del año. Sabemos que a él le atrae el estudio y sabemos que hay una suerte de triángulo amoroso entre Rehumi, su mujer y la Tora. Pero no tenemos idea de lo que pasa con ella. Creer que ella lo quiere cerca todo el tiempo habla más de lo que a nosotros no nos alcanza que de lo que ella necesita. El acuerdo era que Rehumi vuelva para Iom Kipur. La expectativa estaba puesta allí. "Ya vendrá, ya vendrá," aparece diciendo, casi suspirando. Y cada uno de nosotros puede sentir cómo su ilusión se mantiene hasta el último momento. Pero no, "no vino." El estudio fue más fuerte, Rehumi encontró con qué entretenerse y, en esa elección, terminó por romper no sólo los términos de su relación sino también el corazón de su mujer.
Lo que a mí más me conflictúa al leer la historia es el quiebre de la ilusión, el cambio unilateral de los términos y condiciones de la relación sin previo aviso. Rehumi podría haberle mandado una carta a su mujer, o una paloma mensajera, o hacerle señales de humo. Lo que sea. Sí, también podría haber dejado de encerrarse en la escuelita de Rava y volver a su casa a tiempo completo. Lo se. Pero incluso si se mantenía ese acuerdo de la visita anual... Rehumi y su mujer tenían una cotidianeidad inusual, pero cotidianeidad al fin. Entre los dos habían desarrollado al menos un ritual que, una vez que ya no estuvo, dicha falta le generó un agujero enorme a quien todavía mantenía la expectativa y la esperanza. ¿Por qué Rehumi no pudo, supo o quiso sostenerlo? ¿Tan fuerte era su amor por el estudio? ¿Tan poco el amor por esa mujer?
El final del relato, entre la lágrima rodando por la mejilla de ella y el techo colapsando debajo de los pies de él, es simplemente bello. Se trata de la sincronía en la debacle de un mundo que ya no existe más. Ella está decepcionada y no lo oculta. Él no tiene idea de lo que le pasa a ella, pero enfrascado en sus estudios termina por quedar atrapado entre los escombros de lo que ya se rompió sin vuelta atrás.
Tal vez, con este relato el Talmud está intentando advertirnos sobre los peligros del estudio excesivo. Tal vez, nos está diciendo que el camino hacia la sabiduría no va por ahí, y que Rehumi nunca entendió de qué se trataba. O, tal vez, el Talmud sólo nos está pidiendo que seamos claros en nuestros vínculos y relaciones, que tratemos de ser lo menos ambiguos posibles y que si cambiamos los términos y condiciones sepamos avisar con tiempo. Hay lágrimas que son evitables y hay techos que no tienen por qué colapsar.
miércoles, abril 4
Entre muerte digna y miserias propias
Hace
tanto que no escribo acá que ya no se si me acuerdo cómo se hace. No
que no me toque escribir casi todas las semanas. Pero por lo general
escribo en inglés, y escribo lo que luego será escuchado pero rara vez
leído. Escribo para otros. Acá, hoy, escribo para mí. Y escribo porque
confío en que las palabras puedan ayudarme a exorcizar algunos de mis
demonios, a lidiar con lo que toca, a decir adiós.
Quizá sea por eso que hoy me encontré pensando en el relato talmúdico que describe las últimas horas de Rabi Yehuda haNasi. Porque es un relato que piensa sobre lo difícil que nos resulta despedirnos de quienes verdaderamente queremos, incluso al punto de volvernos irremediablemente egoístas al enfrentarnos con semejante dificultad.
El Talmud cuenta que Rabi Yehuda venía pasándola mal. Está enfermo. Sufre. Le duele todo. Pero sus alumnos no quieren que se muera. Y por eso rezan. Rezan con tal fervor que ni siquiera los ángeles celestiales pueden contrarrestar el efecto demoledor de dichas plegarias. El Talmud incluso lo plantea, si se me permite la anacronía (y claro que se me permite, al fin y al cabo estoy escribiendo para mí) casi en términos futbolísticos: "Los reinos superiores requerían a Rabi y los reinos inferiores requerían a Rabi." Todos quieren que Rabi Yehuda juegue para su equipo. Imaginen qué importante es Rabi Yehuda en el imaginario colectivo que no necesita que lo llamen por su nombre. En el Talmud, cuando se habla de "Rabi" a secas, todos saben que se trata de Rabi Yehuda haNasi, Rabi Yehuda "el príncipe." Rabi es el Messi de su generación (y dale con el fútbol...), el jugador con el que todos quieren contar. Los ángeles lo quieren en el Cielo. Sus alumnos lo quieren acá en la Tierra y no están dispuestos a dejarlo morir. Y por eso rezan. Como nunca antes y, posiblemente, como nunca después.
Pero en ese rezo fervoroso y descontrolado, llega un punto en el que los alumnos dejan de ver al maestro. Se olvidan de su sufrimiento y de su dolor y sólo piensan en el de ellos. Y tal vez sea difícil juzgarlos. Porque es doloroso dejar ir a quienes amamos con el alma. Porque nos da miedo, porque nos angustia pensar qué haremos cuando ya no estén, porque nos es imposible pensar la vida sin ellos. Y ni que hablar si se trata del gran maestro de la generación, o de esos amigos que queremos como hermanos, o del gran amor de nuestras vidas, ¿no? ¿Cómo no pecar de egoístas? ¿Cómo no terminar siendo profundamente mezquinos en nuestras actitudes?
Es en este punto que el Talmud incluye la visión de un personaje clave: la criada de Rabi Yehuda. Y así cuenta el Talmud: "Cuando vio cuántas veces tenía que ir [Rabi Yehuda] al baño y quitarse las filacterias para luego volver a ponérselas, cuando vio su sufrimiento, dijo: Quiera Ds que la voluntad de los reinos superiores se imponga a la voluntad de los reinos inferiores."
La criada, y no los alumnos, es aquella que puede ver más allá de su propio dolor y expresar el deseo de que Rabi Yehuda deje de sufrir. Es ella, y no los estudiantes, quien nos termina enseñando Tora. Pero, al parecer, su plegaria no surte el efecto deseado. Si los alumnos pueden contrarrestar los deseos de los ángeles, imaginen lo que pueden hacer con la simple oración de una criada... Y por eso Rabi Yehuda sigue ahí, maltrecho, atado a una vida que no es vida "gracias" a los rezos de sus alumnos.
"Fue entonces que ella tomó un jarrón y lo tiró desde el techo hacia el piso, haciendo tanto ruido al estallar que los Sabios se quedaron momentáneamente en silencio y dejaron de rezar por la salud de su maestro. Fue, en ese momento, que Rabi Yehuda haNasi se murió."
Tan simple como contundente. Tan conciso como bello. Tan triste como real.
Dejar ir a quienes queremos se cuenta entre las cosas más difíciles que nos toca hacer en vida. Pero, al parecer, el Talmud quiere dejarnos bien en claro que una muerte digna es mucho más noble que dejar sufriendo de manera innecesaria y por tiempo indefinido a aquellos que tanto decimos querer.
Nada me asegura que, frente a una situación similar, yo no termine haciendo lo mismo que los alumnos de Rabi Yehuda hicieron con su maestro. Quizá sea por eso que, de tanto en tanto vuelvo a releer la historia que registra las últimas horas de este sabio. Quizá sea por eso que vuelvo a leer sobre la valentía de una mujer que supo marcar el camino, que miró por sobre sus propias miserias y que pudo ver al hombre sufriendo, despojado de sus títulos y sus honores, listo para iniciar su camino hacia la próxima etapa. Incluso asumiendo el dolor que conlleva decir adiós, de una buena vez y para siempre.
(Quien quiera leer el relato en su versión original, que vaya a Ketuvot 104a.)
Quizá sea por eso que hoy me encontré pensando en el relato talmúdico que describe las últimas horas de Rabi Yehuda haNasi. Porque es un relato que piensa sobre lo difícil que nos resulta despedirnos de quienes verdaderamente queremos, incluso al punto de volvernos irremediablemente egoístas al enfrentarnos con semejante dificultad.
El Talmud cuenta que Rabi Yehuda venía pasándola mal. Está enfermo. Sufre. Le duele todo. Pero sus alumnos no quieren que se muera. Y por eso rezan. Rezan con tal fervor que ni siquiera los ángeles celestiales pueden contrarrestar el efecto demoledor de dichas plegarias. El Talmud incluso lo plantea, si se me permite la anacronía (y claro que se me permite, al fin y al cabo estoy escribiendo para mí) casi en términos futbolísticos: "Los reinos superiores requerían a Rabi y los reinos inferiores requerían a Rabi." Todos quieren que Rabi Yehuda juegue para su equipo. Imaginen qué importante es Rabi Yehuda en el imaginario colectivo que no necesita que lo llamen por su nombre. En el Talmud, cuando se habla de "Rabi" a secas, todos saben que se trata de Rabi Yehuda haNasi, Rabi Yehuda "el príncipe." Rabi es el Messi de su generación (y dale con el fútbol...), el jugador con el que todos quieren contar. Los ángeles lo quieren en el Cielo. Sus alumnos lo quieren acá en la Tierra y no están dispuestos a dejarlo morir. Y por eso rezan. Como nunca antes y, posiblemente, como nunca después.
Pero en ese rezo fervoroso y descontrolado, llega un punto en el que los alumnos dejan de ver al maestro. Se olvidan de su sufrimiento y de su dolor y sólo piensan en el de ellos. Y tal vez sea difícil juzgarlos. Porque es doloroso dejar ir a quienes amamos con el alma. Porque nos da miedo, porque nos angustia pensar qué haremos cuando ya no estén, porque nos es imposible pensar la vida sin ellos. Y ni que hablar si se trata del gran maestro de la generación, o de esos amigos que queremos como hermanos, o del gran amor de nuestras vidas, ¿no? ¿Cómo no pecar de egoístas? ¿Cómo no terminar siendo profundamente mezquinos en nuestras actitudes?
Es en este punto que el Talmud incluye la visión de un personaje clave: la criada de Rabi Yehuda. Y así cuenta el Talmud: "Cuando vio cuántas veces tenía que ir [Rabi Yehuda] al baño y quitarse las filacterias para luego volver a ponérselas, cuando vio su sufrimiento, dijo: Quiera Ds que la voluntad de los reinos superiores se imponga a la voluntad de los reinos inferiores."
La criada, y no los alumnos, es aquella que puede ver más allá de su propio dolor y expresar el deseo de que Rabi Yehuda deje de sufrir. Es ella, y no los estudiantes, quien nos termina enseñando Tora. Pero, al parecer, su plegaria no surte el efecto deseado. Si los alumnos pueden contrarrestar los deseos de los ángeles, imaginen lo que pueden hacer con la simple oración de una criada... Y por eso Rabi Yehuda sigue ahí, maltrecho, atado a una vida que no es vida "gracias" a los rezos de sus alumnos.
"Fue entonces que ella tomó un jarrón y lo tiró desde el techo hacia el piso, haciendo tanto ruido al estallar que los Sabios se quedaron momentáneamente en silencio y dejaron de rezar por la salud de su maestro. Fue, en ese momento, que Rabi Yehuda haNasi se murió."
Tan simple como contundente. Tan conciso como bello. Tan triste como real.
Dejar ir a quienes queremos se cuenta entre las cosas más difíciles que nos toca hacer en vida. Pero, al parecer, el Talmud quiere dejarnos bien en claro que una muerte digna es mucho más noble que dejar sufriendo de manera innecesaria y por tiempo indefinido a aquellos que tanto decimos querer.
Nada me asegura que, frente a una situación similar, yo no termine haciendo lo mismo que los alumnos de Rabi Yehuda hicieron con su maestro. Quizá sea por eso que, de tanto en tanto vuelvo a releer la historia que registra las últimas horas de este sabio. Quizá sea por eso que vuelvo a leer sobre la valentía de una mujer que supo marcar el camino, que miró por sobre sus propias miserias y que pudo ver al hombre sufriendo, despojado de sus títulos y sus honores, listo para iniciar su camino hacia la próxima etapa. Incluso asumiendo el dolor que conlleva decir adiós, de una buena vez y para siempre.
(Quien quiera leer el relato en su versión original, que vaya a Ketuvot 104a.)
martes, junio 4
Sobre las donaciones
Pesajim 7a - 21a
El manejo de dinero puede conllevar algunos desafíos y preocupaciones. No es que la plata sea buena o mala: simplemente puede ser utilizada para buenos fines o para hacer negocios turbios. (Si les interesa el tema del Judaísmo y la riqueza en general, hagan click aquí.)
Uno de los usos que se le puede dar al dinero tiene que ver con las donaciones. En un principio, parecería ser casi contra intuitivo el tema de donar de nuestros recursos para otras causas. Si fuera cierto que biológicamente estamos cableados para interesarnos por nuestra continuidad y la de nuestros seres queridos (genéticamente vinculados a nosotros), entonces para qué regalar nuestro dinero a causas que promueven el bienestar de quienes menos tienen y más necesitan o la búsqueda de nuevos caminos para curar ciertas enfermedades.
Por otro lado, a la hora de administrar donaciones, a veces surge la pregunta sobre los deseos del donador a raíz de su ofrenda. En otras palabras, la necesidad de algunos de poner pabellones a su nombre, placas que den testimonio de la buena acción y toda otra clase de requisitos que a veces parecen fundamentar el tema de nuestro interés (finalmente) en la continuidad de nuestro propio nombre más allá de todo lo demás. En este sentido, la pregunta es: ¿Debe complacerse esto que a priori parecería ser un reflejo narcisista?
Responde el Talmud: "Aquel que dice: "Esta moneda es para justicia social, a fin de que mi hijo viva o con la condición de que yo sea aceptado en el mundo por venir" es considerado como un justo absoluto."
Nuestros sabios no tienen dudas. Aquel que dona puede hacerlo con toda la intención de poder trascender y perpetuarse. Puede que sus intenciones no sean del todo altruistas, y puede que en la donación se jueguen deseos propios de Narciso, pero aun así, el Talmud considera a quien dona una moneda para justicia social como un justo absoluto.
¿Por qué? Porque llegado el momento de ofrendar de lo nuestro, más allá de las razones que nos llevan a hacerlo lo importante es poder ayudar a reparar los equilibrios perdidos. Si sólo se aceptaran las donaciones que se hacen de corazón y sin segundas intenciones, los que probablemente saldrían perdiendo son los eslabones más débiles de la sociedad. De aquí que en el judaísmo la tzedaka se traduzca como justicia social y no como caridad: Aquí no importa si el corazón te mueve a dar de tus recursos para ayudar al prójimo; aquí se trata de un acto de justicia que no depende de nuestros sentimientos sino del hecho de entender que el mundo necesita ser reparado, y es a partir de nuestras acciones cotidianas que eso se logra. Si eso implica una placa con tu nombre, no hay ningún problema. El tema es no caer en el discurso de la donación altruista dejando siempre tu mano lejos del propio bolsillo.
Tiene sentido, ¿no?
¡HADRAN ALAJ OR LE-ARBAA ASAR!
¡VOLVEREMOS A TI OR LE-ARBAA ASAR!
PD: Entre las páginas 21a y 42a se extiende el segundo capítulo de Masejet Pesajin, del cual desgraciadamente no encontré nada para comentar en el espacio de este blog. Razón más que suficiente para decir...
¡HADRAN ALAJ KOL SHAA!
¡VOLVEREMOS A TI KOL SHAA!
lunes, junio 3
Hacer la tarea
Pesajim 2a - 6b
Dos razones para festejar hoy: Esta es la entrada número 100 en el blog y comenzamos con el cuarto tratado del Talmud: Pesajim. Como su nombre lo indica, el tratado hablará en extenso sobre la festividad de Pesaj, durante la cual los judíos celebramos la salida de Egipto y el inicio del largo camino hacia la libertad, no sólo física sino también mental y espiritual. De hecho, no por casualidad nuestros sabios nos enseñan que a Ds le tomó un año sacar al pueblo de Israel de Egipto, pero le tomó cuarenta sacar a Egipto de las cabezas de los hijos de Israel...
Pesaj es una festividad llena de detalles que conciernen a lo que se puede comer y a lo que no, la dinámica propia de la cena pascual y el proceso de profunda limpieza que debe hacerse antes de que comience la fiesta para que no queden restos de pan o productos leudados en las casas. En este sentido, dado que hay mucho por hacer y revisar, el Talmud nos enseña: "Se comienza a preguntar y estudiar sobre las leyes de Pesaj un mes antes de que de inicio la festividad."
Los rabinos del Talmud nos recuerdan que aun cuando Pesaj cae cada año con la llegada de la primavera, bien haremos si semanas antes nos ponemos a estudiar los detalles y sutilezas de la fiesta. Creer que ya sabemos todo porque ya lo hemos vivido en el pasado es un error de principiantes, y el texto nos advierte al respecto.
Pero por otro lado, me parece que la enseñanza talmúdica puede aplicarse de manera más general: Hay determinados procesos (internos y externos) que necesitan que nos preparemos con antelación; hay tiempos y momentos de nuestras vidas en los que necesitamos hacer la tarea.
Piensen en momentos de cambio: Recuerdo, por ejemplo, que cuando nos vinimos a vivir a México me dediqué a leer un par de libros de historia mexicana. ¿Por qué? Porque sólo haciendo la tarea es que iba a poder integrarme en la sociedad que nos estaba adoptando en ese momento. Si me hubiese ido a vivir a China, posiblemente además de leer sobre la historia de ese país habría tomado clases de mandarín.
Adaptarse a un nuevo trabajo o invertir en mejorar relaciones interpersonales también requieren de nuestro tiempo y esfuerzo. Muchas veces no podemos trabajar sobre ello hasta que los cambios se suceden, pero si tenemos la posibilidad de prever algunos de estos nuevos escenarios y operar sobre las posibles ramificaciones con anticipación, ganaremos en perspectiva y reflejos a la hora de la hora.
Hacer la tarea es, asimismo, reflejo de un estado del espíritu en constante entrenamiento. En lugar de creer que el destino proveerá, se trata de hacer lo mejor posible para lidiar con aquello que nos toque vivir de la mejor manera posible. Sin confiar en cábalas o ser presas del pensamiento mágico.
Es obvio que nunca podremos anticipar o elegir aquello que el futuro nos ponga por delante. Pero, al menos, haciendo la tarea nos será algo más fácil sortear las mareas en tiempos tormentosos.
Bienvenidos al tratado de Pesajim!
Y gracias por acompañarme durante estas primeras 100 entradas!
domingo, mayo 26
El lado oscuro de las convicciones
Eruvin 95a - 105a
Tener convicciones es bueno. Pero apasionarnos por ciertas formas de ver el mundo puede traer aparejada nuestra incapacidad de incorporar datos disonantes que puedan surgir por ahí.
Una vez que hemos sido impregnados con la fuerza de una idea, buscamos entender y racionalizar lo que nos pasa a través de esos lentes y solemos denostar todo modelo que discurra por otros canales y se afirme en valores distintos a los nuestros. En consecuencia, las sociedades se polarizan y se abren brechas difíciles de zanjar. Tan pero tan complicada se puede poner la situación, que matrimonios pueden llegar a su fin por disidencias de este tipo.
En parte, vivir de acuerdo a ciertas convicciones implica creer que ese es el camino correcto y que, por lo tanto, otras interpretaciones deben estar necesariamente erradas. Es por ello que oficialistas suelen tener problemas para reconocer problemas en la gestión y opositores dificultades para celebrar los logros del gobierno de turno. Todo lo que hacen unos es bueno, todo lo que hacen los otros está mal. En eso siempre acuerdan, independientemente del lado de la trinchera en el que se encuentren.
Algo así también ocurre en contextos tan diversos como los que unen (o enfrentan) a religiosos y ateos, israelíes y palestinos o fanáticos de River y Boca. Llegar a un punto intermedio en el diálogo entre diferentes necesita en primer lugar nuestra capacidad de tomar algo de perspectiva de nuestras propias ideas e ideales. Puede que sean los mejores (seguramente es así), pero mientras no salgamos de nuestro propio casillero, difícilmente lograremos encontrar un terreno que posibilite el encuentro con el otro.
Les cuento todo esto porque leyendo el Talmud en estos últimos días, me encontré con una de esas frases que rompen con narrativas establecidas, y que por lo tanto generan en ciertos grupos judíos una necesidad de interpretar lo escrito de manera tal que - incluso contradiciendo lo que allí figura - se ajuste a las convicciones del lector.
El Talmud dice, lisa y llanamente: "Mijal bat Cushi se ponía tefilin y los sabios no se lo impedían."
El texto habla de una mujer bíblica, en este caso la hija del Rey Saúl, y afirma que se ponía tefilin. Los tefilin son unas cajitas de cuero que contienen cuatro pasajes del Pentateuco y que son usados (tradicionalmente por los hombres) durante los días hábiles de la semana en el rezo matutino. La legislación hebrea sostiene que las mujeres están exentas del cumplimiento de preceptos positivos con un tiempo determinado, y por lo tanto históricamente las mujeres no usaban este símbolo religioso. No obstante, de acuerdo a lo establecido por el Talmud, los sabios no impidieron que Mijal usara tefilin. La ley dice que las mujeres están exentas, no prohibidas, y por tanto aparece el registro de Mijal - esposa del Rey David - cumpliendo con este ritual.
Es significativo encontrarnos con este pasaje en tiempos en los que en Jerusalem hay un enfrentamiento mensual entre un grupo de mujeres que pelea por su derecho de rezar frente al Kotel (muro occidental) utilizando talit y tefilin y muchos hombres (y mujeres) que hacen todo lo posible por impedirles esa posibilidad.
De aquí que el plan de Natan Sharansky para construir una explanada frente al muro destinada a que los judíos que así lo deseen recen juntos sea un signo de esperanza en nuestros tiempos. Reconocer que grupos distintos pueden pensar diferente, y dar cuenta de que el mundo no se rige por blancos y negros sino en un conglomerado de colores y matices puede ayudarnos a buscar soluciones que no deban optar por una u otra interpretación, sino que se pueda encontrar la vuelta para que cada quien viva de acuerdo a sus convicciones, respetando el derecho al disenso y celebrando la diversidad.
¡HADRAN ALAJ HAMOTZE TEFILIN USLIKA LA MASEJET ERUVIN!
¡VOLVEREMOS A TI HAMOTZE TEFILIN Y HA FINALIZADO EL TRATADO DE ERUVIN!
domingo, mayo 12
El judaísmo y la riqueza
Eruvin 82a - 89a
¿Qué opina el judaísmo de la riqueza?
¿Hay que alejarse de la fortuna?
¿Es necesario hacer votos de pobreza?
Durante gran parte de la historia, la gran mayoría del pueblo judío se murió literalmente de hambre. Los recursos eran escasos, y muchos debían sudar más de la cuenta para llegar a fin de mes. De hecho, el Talmud registra en más de una oportunidad a sabios que podían participar de discusiones legalistas sólo en sus tiempos libres, ya que la semana debía ser dedicada a trabajar de lo que sea.
En consecuencia, la pobreza en la que vivía el pueblo judío (y gran parte de la humanidad también) no era elegida sino forzada. No había voto de pobreza sino falta de dinero.
Pero por otro lado, tampoco hay una exaltación de los recursos materiales. De hecho, la posición que parece cobrar vida en el Talmud hace de la riqueza un medio, no un fin. Tener los medios económicos da lugar a la realización de toda clase de acciones que sin ellos sería más difícil. En este sentido, el texto registra que Rabi honraba a los ricos y Rabi Akiva honraba a los ricos. No se ve - a priori - mal a quien tiene dinero.
Y sin embargo, rápidamente el Talmud agrega la exégesis a un versículo del libro de los Salmos (61:8), que da cuenta de que el honor a quien ha sabido amasar riqueza se restringe a quienes con esos recursos son capaces de actos de misericordia y amor. Sólo a partir del buen uso que se haga de la fortuna propia es que las personas son merecedoras de honor (o no). ¿Por qué? Porque, parafraseando al Salmo, sólo puede permanecer delante de Ds aquel que da de comer a quien no tiene, aquel que es benefactor de los necesitados, aquel que en su accionar cotidiano demuestra empatía con los demás. Esa riqueza trasciende, redime y ayuda a que este mundo reencuentre equilibrios perdidos.
La riqueza, por tanto, no es mala.
Son los ricos de cada generación, los que pueden transformar sus recursos en fuente de bendición, de compromiso y de continuidad.
¡HADRAN ALAJ KEITZAD MISHTATFIN!
¡VOLVEREMOS A TI KEITZAD MISHTATFIN!
PD: Entre las páginas 89a y 95a se extiende el noveno capítulo de Eruvin, del cual desgraciadamente no encontré nada interesante para compartir en este espacio. Razón más que suficiente para decir:
¡HADRAN ALAJ KOL HAGAGOT!
¡VOLVEREMOS A TI KOL HAGAGOT!
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