miércoles, enero 2

El periodista y sus límites

Shabat 96a - 102a

Entre las múltiples tareas que llevaron adelante los sabios talmúdicos, creo que no debemos dejar afuera el rol de periodistas de investigación: En su afán de interpretar el texto bíblico en sus múltiples niveles, los rabinos buscaron develar los misterios contenidos en la Tora.


El Pentateuco está lleno de silencios, rebosante de huecos que esperan ser rellenados con historias y relatos. Y, de alguna manera, los sabios del Talmud dedicaron parte de su tiempo a esta tarea, regalándonos algunas perlas maravillosas y mucho material para que el texto bíblico no pierda relevancia.

Sin embargo, así como ocurre con el periodismo, la función interpretativa tiene sus límites. No todo es válido a la hora de conseguir la primicia, y a veces nos encontramos con que hay noticias que no tienen por qué salir a la luz. Cuando el acto de informar atenta contra la dignidad humana y no agrega nada sustancial a quien está siendo informado, mejor es callar. Al menos ese es el mensaje primordial que encierra el pasaje talmúdico de la jornada, pasaje que gira alrededor de la identidad de un condenado a muerte en los tiempos del deambular de Israel por el desierto...

Si abren en el cuarto libro de la Tora - llamado Números - podrán encontrarse con la siguiente historia:

"Cuando los hijos de Israel estaban en el desierto, hallaron a un hombre que recogía leña en Shabat. Los que lo hallaron recogiendo leña lo llevaron ante Moshe, Aarón y toda la congregación. Lo pusieron en la cárcel porque no estaba determinado qué se le había de hacer. Entonces Ad-nai dijo a Moshe: Irremisiblemente ese hombre debe morir: que lo apedree toda la congregación fuera del campamento. La congregación lo sacó fuera del campamento y lo apedrearon hasta que murió, como Ad-nai había mandado a Moshe." (15:32-36)


El relato nos presenta a un hombre que infringe las prohibiciones de Shabat cuando todavía no está muy claro cuál debe ser el castigo por ello. Frente a la falta de legislación, el pueblo recurre a Ds, quien dictará sentencia condenando al acusado a la pena capital. De ahora en más, todo el pueblo sabrá a qué atenerse si durante Shabat comienzan a recoger leña.

Ahora bien... la historia no nos dice quién fue este hombre. ¿Cuál era su nombre? ¿Era famoso? Mientras que la Tora parece querer evitar el morbo propio de exponer al transgresor (y con ello a su familia), en el Talmud nos encontramos con un sabio que no se pudo aguantar las ganas de hurgar con toda la seriedad del asunto sobre la identidad del pecador. Nos encontramos con un gran periodista que se olvidó ciertos límites, generando de esta manera una situación incómoda:

"El hombre que recogía leña era Tzelofjad, ya que está escrito: "Cuando los hijos de Israel estaban en el desierto, hallaron a un hombre" (Nm. 15:32), y luego dice: "Nuestro padre murió en el desierto" (27:3). Así como aquí se habla de Tzelofjad, allí se habla de Tzelofjad. Estas son las palabras de Rabi Akiva.
Le dijo Rabi Iehuda ben Betera: Akiva, tanto si estás en lo cierto como si no, tendrás en un futuro que rendir cuentas por lo que has dicho. Si estás en lo cierto, la Tora lo ocultó y tú lo revelas. Si estás equivocado, estás difamando a aquel justo."

Rabi Akiva hace uso de las herramientas interpretativas para identificar al transgresor. Como en dos versículos aparentemente desconectados se utiliza la expresión "en el desierto" en relación a la muerte de un hombre, de seguro se trata de la misma persona. Por tanto, el periodista talmúdico sale a contarnos con bombos y platillos la primicia: El leñador apedreado no es ni más ni menos que don Tzelofjad, el padre de las cinco mujeres (cf. Nm. 27).

En este contexto, Rabi Iehuda actúa como la voz de la conciencia, poniendo de manifiesto el error de Akiva, quien en aras de la portada olvida la dignidad del transgresor. Incluso si Rabi Akiva está en lo correcto, aun si tiene razón, Rabi Iehuda lo reprende al recordarle que no por nada la Tora decidió mantener el anonimato de quien fue castigado con la pena de muerte.

Muchos años después, en tiempos en los que los límites del periodismo parecen cada vez más difusos y que la inmediatez de lo urgente nubla los valores importantes, el Talmud nos enfrenta con una de sus grandes figuras equivocándose. De esta manera, el texto estaría diciéndonos que todos podemos caer en la tentación de ganarnos unos puntos extra exponiendo al otro o haciendo (¡paradójicamente!) leña del árbol caído. Y aun así, mientras que ninguno está exento del canto de las sirenas, todos tenemos la responsabilidad de recuperar aquellos códigos que están más allá de todo lo negociable. No sólo por el bien de un periodismo serio y respetable, sino principalmente por el bien que nos hacemos a nosotros mismos preservándonos en nuestra dignidad humana.

¡HADRAN ALAJ HAZOREK!
¡VOLVEREMOS A TI HAZOREK!

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