jueves, octubre 4

De regreso al ágora

Brajot 48a - 49b

Hubo un tiempo en el que el hombre no se podía pensar en soledad. En aquellas épocas, y durante muchos años, ser humano equivalía a ser social, a vivir en el ágora, a tomar parte del devenir de la comunidad a la que uno pertenecía.


Y entonces apareció el individuo. Y entonces empezamos a creer que podíamos disociarnos de aquello que nos rodea, procurando frenéticamente el bien propio incluso (si fuera necesario) a costa del bien común. Gradualmente fuimos abandonando el espacio de encuentro, la plaza en donde se dirimían los aspectos que eran de interés general, y nos fuimos recluyendo en el ámbito de lo privado, en la aparente seguridad que nos daba la propia cueva.

Casi como quien no quiere la cosa, y haciéndose eco del dictamen que reza que la naturaleza aborrece el vacío, el ágora siguió siendo ocupada, pero sus ocupantes parecían ya no tener como primera prioridad la búsqueda del bien general...

¿La solución? El Talmud nos dice: 

"El hombre no debe excluirse a sí mismo de la sociedad jamás."

Para la tradición judía, el afán individualista de cortarse solo es nocivo y contraproducente. Tanto para uno como para la sociedad. Asimismo, el judaísmo reconoce que en el camino de la vida podemos en más de una oportunidad tomar una mala decisión, o girar en falso. La aspiración no es nunca la erradicación del error, sino la posibilidad de aprender de nuestras equivocaciones y canalizarlas hacia enseñanzas que nos permitan vivir con sentido e intensidad. 


En consecuencia, el Talmud nos enseña que si durante el último tiempo hemos sido parte de aquellos que se han alejado del espacio de lo común, que podamos darnos la posibilidad a nosotros mismos de regresar y ocupar aquello que nos pertenece tanto como nos necesita. El ágora debe ser construida entre todos, a partir de manifestar nuestras opiniones y preocupaciones, aceptando el disenso y aprendiendo a celebrar la diversidad. Salirse de la plaza porque el relato dominante no nos representa no hace más que ayudar a que ese discurso se perpetúe en el tiempo. Para que se puedan producir cambios es necesario que nos involucremos, que nos ofrendemos en el ser y que podamos compartir nuestra voz sin ánimos de imposición y sin caer en el capricho de creer que siempre vamos a tener la razón. Puede que a veces también nos equivoquemos, tanto como los demás. De una u otra forma, eso no nos da ni el derecho ni la excusa de evadirnos de nuestro compromiso social.

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