domingo, octubre 28

Violencia e idolatría

Shabat 14a - 20b

Hoy por la tarde tuvo lugar el partido de futbol más apasionante de la Argentina. River y Boca se enfrentaron una vez más en un encuentro que finalizó 2-2. Como hincha de River que soy, no me quedó más que sufrir con el resultado, ya que de ganar 2-0 nos empataron en el último minuto.

Sin embargo, y por desgracia, la nota no la dio el partido - sumamente discreto y pobremente jugado - sino la violencia desatada una vez terminado el cotejo. Una vez más, aquellos que no aman el futbol sino su coto de poder y el sostenimiento mafioso de sus propios intereses, ocuparon la escena generando destrozos y golpeando a policías y fuerzas de seguridad.


Es interesante poder tomarnos unos minutos para reflexionar sobre el estado de situación actual en el futbol argentino: Con un espectáculo deportivo cada vez más triste y desabrido, los titulares periodísticos empiezan a migrar de lo que ocurre en el verde cesped para concentrarse en los desmanes, la violencia y el ejercicio de la destrucción por la destrucción misma. Pero incluso si se tratara de la expresión de la frustración producto de lo poco que hacen los jugadores en la cancha, tampoco sería justificable. La violencia no se justifica, se condena.

Por esas casualidades de la vida, en las páginas que estuve leyendo en el Talmud durante estos días, el texto habla de manera poco clara sobre 18 decretos que la Casa de Shamai logró imponerle a la Casa de Hilel.

A modo de ayuda-memoria, a principios de Octubre yo escribí algunas líneas sobre Hilel y Shamai, e incluso los presenté como la encarnación de Frazier y Alí dos mil años atrás. Hilel y Shamai se pasaron la vida discutiendo, y pocas veces estuvieron de acuerdo en cuál debía ser la ley judía. No obstante, nunca dejaron de reconocerse como seres humanos, y jamás pusieron su rivalidad por encima de la dignidad humana y del respeto por la diferencia.


Sin embargo, el Talmud registra que sus alumnos tuvieron un momento terriblemente trágico en el cual se olvidaron de lo esencial y se concentraron en lo secundario: Cansados de perder siempre, los alumnos de Shamai se hicieron de armas, tomaron la casa de estudios, mataron a sus compañeros, los alumnos de Hilel, y cuando tuvieron la mayoría necesaria para hacer pesar su voz, votaron y marcaron la agenda con esos 18 decretos de los que habla el texto talmúdico.

Sobre este día, el Talmud registra: "Este día fue difícil para Israel como el día en el que se hizo el becerro de oro."

Difícilmente podamos encontrar un momento más álgido en el Pentateuco que la construcción del becerro de oro. Moshe había subido a recibir las Tablas de la Ley en el Monte Sinaí, y el pueblo en lugar de esperarlo con ansias se dispuso a construir un ídolo y a olvidar al Ds que los había liberado de Egipto y de la esclavitud. En consecuencia, cuando el Talmud sostiene que el día en el que los alumnos de Shamai ejercieron la violencia para imponer su voluntad se asemeja al día en el que se hizo el becerro de oro lo que nos está diciendo es que hay procesos que fácilmente pueden distorsionarse y ser transformados en actos de idolatría. Aquello que pasaba en la casa de estudios, que tenía por objetivo fijar la ley judía para las generaciones, se banalizó cuando los alumnos dejaron de entender que por sobre el ejercicio de definir la norma se encuentra el respeto al disenso y el reconocimiento a la dignidad humana.


Muchos años después del registro de este día trágico en la historia judía de los tiempos del Talmud, hoy podemos fácilmente reconocernos en el texto cuando miramos a los políticos que vivan de la eterna chicana buscando humillar y avergonzar a quienes piensan distinto, o cuando vamos al estadio y nos encontramos con que un partido de futbol se ha transformado en la excusa predilecta de algunos para practicar la violencia desenfrenada.

Así como la casa de estudios se puede transformar en la casa de la idolatría, así también la política puede transformarse en un espacio de idolatría y con el deporte puede pasar exactamente lo mismo. Porque idolatría no define solamente la adoración a dioses no-oficiales. Idolatría es todo momento en el cual confundimos los medios con los fines, idolatría es todo momento en el que creemos que el fin justifica los medios e idolatría es todo momento en el cual apelamos a la violencia con la intención de callar a los demás mientras destruimos todo lo que nos rodea.

¿Se puede romper el círculo violento en el cuál nos encontramos? Yo creo que sí. 

En lo que hace al deporte, tal vez tengamos que dejar de consumir futbol hasta que las barras se terminen, tal vez tengamos que abandonar los estadios por un buen rato o tal vez tengamos que abogar por el freno de los campeonatos hasta que no cambien las reglas. Demasiado dinero hay en juego para que las personas que tienen en sus manos la capacidad de generar los cambios necesarios se queden como hasta ahora de brazos cruzados.


En lo que hace a la política, quizá la solución pase por no alimentar el fuego de la humillación y la violencia dialéctica. Por desgracia no falta gente que disfruta de ver la sangre correr, y muchas veces nos ocurre que sin siquiera darnos cuenta somos arrastrados a ese juego que no le hace bien a nadie. Si logramos reconocer esos momentos en los que participamos del intercambio, de la chicana y del cinismo desenfrenado, quizá podamos ponerle freno a nuestra propia participación.

Tanto el odio como la violencia, aquello que en el Talmud se define como idolatría, necesitan de nuestra complicidad para multiplicarse y continuar. Aun cuando posiblemente no tengamos tantos recursos a la mano para cambiar de cuajo la coyuntura dada, aun así tenemos la responsabilidad y la oportunidad de hacer algo con nuestras propias decisiones. Y quizá, si sumamos suficientes voluntades para cortar circulos viciosos, los violentos de siempre ya no tengan cómo operar, y nosotros tal vez podamos volver a disfrutar de una política más sana, y de eventos deportivos del nivel que nos merecemos.

¡HADRAN ALAJ IETZIOT HASHABAT!
¡VOLVEREMOS A TI IETZIOT HASHABAT!

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