miércoles, diciembre 5

La historia del hombre que amamantaba

Shabat 52a - 53b

El Talmud es fascinante. Ya se los dije, ¿no?

Pueden pasar hojas y hojas en las que no dejemos de marearnos entre tanto legalismo y discusiones realmente alejadas de la cotidianidad del siglo XXI. Y aun así, como quien no quiere la cosa, en plena discusión sobre el uso de correas y monturas de animales durante Shabat, el Talmud nos regala un relato fantástico, en todas las acepciones posibles del término:

"Ocurrió con un [hombre] que se murió su mujer, y le dejó un bebe para amamantar y no tenía él los recursos para contratar una nodriza que lo alimente. Le ocurrió un milagro y desarrolló dos pechos como los pechos de una mujer y pudo amamantar a su propio hijo."


La historia no tiene más que dos líneas, pero no deja de ser una suerte de diamante en bruto para pensar en algunos vectores. Por ejemplo: ¿Cuál es el lugar del milagro en el relato? ¿Resuelve verdaderamente algo? Es cierto... de acuerdo a la historia el hombre pudo darle leche materna (o paterna (!)) a su hijo y con eso lo salvó. No obstante, el milagro no deja de hacer un poco de ruido por el corto alcance que tiene: La situación económica sigue siendo sumamente precaria, y quien se beneficia con el milagro es el niño y nadie más, mientras que el padre al parecer sigue pasando hambre.

El mismo Talmud agrega algunas reflexiones sobre el relato. Rav Iosef aparece diciendo: "Ven y mira que grande es este hombre, ya que un milagro fue hecho para él." Para este sabio, el milagro es sinónimo de grandeza: A un hombre cualquiera estas cosas no le pasan.

Por su parte, Abaie adopta una posición contraria: "Mira que deshonrosa es esta persona por cuya presencia se tuvieron que modificar los órdenes de la naturaleza." Abaie condena esta situación y concluye que un milagro de este tipo sólo genera deshonra y burla. ¿Quién podría mirar con respeto a un hombre con pechos que amamanta a su hijo? Aquí no hay grandeza sino desgracia.

Un tercer sabio, Rav Iehuda, agrega a la discusión la siguiente reflexión: "Ven y mira qué difícil es proveer los alimentos de una persona. Es por ello que los órdenes de la naturaleza tuvieron que ser modificados a su favor." Rav Iehuda ya no habla sobre el "hombre nodriza" sino sobre la situación en general. Hay algo profundamente desequilibrado en una sociedad que tiene que apelar a milagros de este cariz para que un recién nacido no muera de hambre.


Es en ese espíritu que Rav Najman, el último de los sabios, agrega: "Fíjate que ocurren estos milagros, pero todavía no han sido creados alimentos [por milagro]." Puede que Rav Najman haya apelado a la mordaz ironía para cerrar este pasaje talmúdico cuando dice que es más fácil ver a un hombre que amamanta que ver alimentos que se crean mágicamente. Sin embargo, lo que creo que los dos últimos rabinos agregan con sus reflexiones es el llamado de atención a la sociedad en su conjunto. Nadie puede depender de los milagros, y sólo a partir de un trabajo en común y una distribución equitativa es que se puede lograr que tanto niños como adultos no sufran de hambre y escasez. En tiempos en los que sabemos que los hombres no van a poder ser las nodrizas de sus hijos, en épocas en las que entendemos que los órdenes de la naturaleza no suelen modificarse a nuestro gusto o según nuestras necesidades, el verdadero desafío es el de trabajar por gestar una sociedad redimida y equilibrada, una sociedad que surja a partir de la obra conjunta de hombres y mujeres de bien que se comprometan con la causa de todos. Y eso, nos dice el Talmud, no es un milagro, sino la consecuencia lógica de tomar las mejores decisiones que tengamos a la mano.

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