miércoles, diciembre 26

Segundo brindis!

Shabat 86a - 88b (bis)

(Para leer la primera parte de este post, hagan click aquí)

¿Se acuerdan que ayer compartimos cuatro perlas talmúdicas que se encontraban una atrás de la otra? Bueno, hoy seguimos con el diluvio de reflexiones, a fin de seguir brindando por la Agada, por la capacidad exegética de los sabios del Talmud que sigue resonando - si la dejamos - hasta nuestros días:

a) El texto nos dice que todo mandamiento que salió de boca de Ds durante la revelación en el Sinai se dividió en setenta voces. Más aun, los sabios de la casa de Rabi Ishmael utilizan la metáfora de un martillo golpeando una roca: Así como cada vez que el martillo golpea y salen chispas, de igual manera ocurre con la voz divina que se multiplica y se revela en setenta idiomas distintos.
Que el Talmud reconozca que la palabra de Ds se divide en una cantidad de voces y sonidos no deja de ser una de esas revoluciones interpretativas que sectores tradicionalistas prefieren dejar escondidas bajo el tapete. En el imaginario rabínico, el número setenta representa una cifra total: Setenta eran las naciones del mundo que ellos decían que existían, y setenta en consecuencia los idiomas hablados por la humanidad. Que la voz de Ds se divida en setenta implica, por tanto, que su alcance es total, y que el sentido de lo dicho está de alguna manera en aquel que se encuentra escuchando. Mientras que el martillo golpea la piedra, cada uno de nosotros entiende de acuerdo a sus posibilidades, y decodifica el mensaje desde su propio lugar.
Puede que frente a esta interpretación alguien me diga que hay muchos peligros implicados, y que más de uno puede hacer un mal uso de esta enseñanza talmúdica. A ellos, les respondo: (1) Tan peligroso es que, como dije dos párrafos atrás, muchos hacen lo posible por ocultar esta perla; (2) Son las reglas del juego... es decir: no por esconder ciertas ideas la gente deja de usarlas, o de comportarse como ellos quieren, haciéndose eco (conscientemente o no) de esa palabra que por su propia esencia trascendente es imposible de condensarse en una única Verdad.


b) Así como la palabra de Ds se multiplica en cantidad de sentidos, el Talmud nos cuenta que la Tora puede dar vida y decretar muerte a partir del uso que se haga de ella. En consecuencia, no es la Tora, no son las palabras que la componen, las que traen vida y le dan sentido a nuestra existencia (o todo lo contrario) sino que es en el acto de la interpretación, la apropiación y el uso que le damos que dicho texto puede contribuir a que vivamos con mayor plenitud o a que nos hundamos en un mar de tecnicismos obsesivos.
Aun cuando no puedo estar completamente seguro de lo que estoy por decir, parecería que los sabios del Talmud estan jugando con la idea griega de "fármaco" en su doble acepción de remedio y veneno, dependiendo la dosis y el uso que se haga de él. Cuando abrimos el Fedro de Platón, vemos que la escritura se presenta como "fármaco de la memoria," como la cura que nos ayudará a recordar todo lo que se nos escapa por los resquicios del olvido. Y sin embargo, para el rey la escritura puede ser un arma letal que atente contra toda capacidad de retener en nuestra memoria aquello que consideramos importante.
Uniendo lo aprendido en el Talmud con lo dicho en el Fedro sobre la escritura, uno no puede dejar de preguntarse sobre el carácter y alcance de la Tora Escrita, mientras reflexiona sobre la capacidad de la Tora de mantenerse viva desde el ámbito de la oralidad. Quizá no sea casual que, años después del Talmud, los maestros jasídicos hayan insistido una y otra vez que la Tora Oral nunca ha sido escrita y nunca podrá serlo. Mientras que lo oral refleja el dinamismo de lo vivo, lo escrito parece sellar a fuego estructuras que con el tiempo comienzan a anquilosarse. De aquí, nuevamente, la centralidad de la interpretación para oxigenar a la letra que descansa sobre el pergamino.


c) Pasamos a otro tema: El texto sostiene que cuando Ds comenzó a pronunciar los mandamientos, el mundo se llenó de un aroma perfumado único. Dicho aroma cambiaba con cada nuevo mandato, y por tanto un viento se encargaba de limpiar el aire para dar lugar a las renovadas fragancias.
De igual manera, el Talmud nos cuenta que cada vez que Ds hablaba, el alma de cada uno de los hijos de Israel salía de su cuerpo (lo cual no es más que una forma poética de decir que se morían ya que no tenían la posibilidad de soportar la intensidad de la voz divina). Fue entonces que Ds hizo descender el rocío con el cual en un futuro habrán de revivir los muertos y el pueblo recobró sus fuerzas para seguir escuchando.
Por último, una enseñanza similar nos dice que con cada mandamiento escuchado, los hijos de Israel volaban doce millas desde el lugar en donde estaban. La voz de Ds, al parecer, tiene una capacidad expansiva de temer, y por tanto, fueron los ángeles los que vez tras vez se dedicaron a devolver a los miembros del pueblo al pie del Sinai para seguir escuchando.
Lo que tienen en común estas tres últimas ideas es que se anudan en el entendimiento de que la voz de Ds tiene el potencial de generar cambios en el mundo: Trae un nuevo aroma como el que nunca disfrutamos hasta entonces; es difícil de sostener, escuchar, procesar; y tiene un rango de expansión importante, una fuerza notable.


Hasta aquí llegamos hoy.
Pero, ¿saben qué? ¡Todavía queda material para seguir compartiendo perlas con ustedes! Mañana, por tanto, seguiremos con esta serie de posts, los cuales espero estén disfrutando. 
Lejaim!!!

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