Brajot 41a - 45a
¿Alguna vez se les ocurrió morir por alguna causa?
Hubo un tiempo, hace no tanto tiempo, en el cual la idea de morir por una causa era vista como el reflejo de una militancia que no sabía de concesiones. Comprometerse con ciertos ideales conllevaba una práctica total, en donde dar la vida por [complete-aquí-su-causa-de-preferencia] era parte de la ecuación.
A nosotros, hijos del siglo XXI, nos cuesta entender un poco la lógica de la muerte por la defensa de alguna ideología o ideal. Vivimos en una época cuyo discurso discurre justamente por plantear la caída de todos los sistemas ideológicos. ¿Quién estaría dispuesto hoy a dar la vida por algo? Posiblemente no muchos, y no creo que eso sea necesariamente malo. Elegir la vida siempre va a ser una sabia decisión. El desafío, me parece a mí, es poder abrazar las causas que nos movilicen y que promuevan la construcción de un mundo mejor sin tener que llegar a un punto de confrontación que exija morir por tal o cual ideal. De hecho, la idea de morir por lograr un mundo mejor no deja de ser una suerte de sinsentido o de oxímoron.
Les cuento todo esto porque en las páginas de Talmud que estuve leyendo en estos últimos días me encontré con una frase de lectura (¡y aplicación!) obligatoria en nuestros tiempos. La frase dice así:
"Es preferible para un hombre lanzarse dentro de un horno en llamas antes que avergonzar a su prójimo en público."
En hebreo, avergonzar a una persona se dice literalmente "emblanquecer el rostro." Cuando humillamos a alguien, hacemos que su sangre deje de correr, al punto de que en el judaísmo se considera un acto equivalente al asesinato. Por tanto, nos dice el Talmud, deberíamos estar dispuestos a dar nuestra propia vida antes que avergonzar a los demás.
En tiempos en los que es moneda común la humillación pública de aquel que opina diferente a nosotros, la tradición judía nos invita a pensar dos veces antes de embarcarnos en ese tipo de actitudes. En tiempos en los que el ejercicio del poder se manifiesta en el ninguneo constante, en el emblanquecimiento sistemático del disidente, bien haríamos en recuperar las palabras del Talmud para aplicarlas en nuestras vidas. Y que quede claro: Mientras crucemos chicanas desde todos los sectores de la sociedad (si: todos chicanean, todos humillan y todos buscan avergonzar al que opina distinto, seas oficialista o seas oposición) pocas posibilidades tendremos de construir algo diferente. Ya que, en última instancia, lo que nos está intentando enseñar el Talmud es que no hay cuerpo social que pueda crecer y desarrollarse en un caldo de cultivo que promueve el cinismo como forma de interacción básica.
Una sociedad madura sólo puede surgir cuando aprendemos a convivir en el disenso, cuando logramos aceptar las diferencias y cuando podemos intercambiar ideas sin tener que humillarnos los unos a los otros compitiendo por ver quien es el más sagaz a la hora de procurar el chicaneo más corrosivo y mordaz. En este sentido la tradición judía es optimista: Sí es posible aspirar a una sociedad más sabia, más flexible y más humana.
¡HADRAN ALAJ KEITZAD MEBARJIN!
¡VOLVEREMOS A TI KEITZAD MEBARJIN!
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