viernes, septiembre 7

Hiperconectados

Brajot 21a - 21b

¿Les pasó alguna vez de estar en medio de la ducha y no recordar si ya se habían lavado el pelo con shampoo? A veces pasa que, estando concentrados en cantar/gritar/aullar nos olvidamos de procesos tan simples pero tan importantes como en este caso es lavarse el cabello. De hecho, es un buen ejemplo para relacionar con lo que hablábamos en días pasados sobre las intenciones de nuestras prácticas y la concentración necesaria para realizarlas.


La pregunta sobre el pelo y el shampoo es buena introducción para el tema del día, ya que el Talmud se pregunta cuál es la ley en relación a aquella persona que no recuerda si ya rezó la plegaria central de la mañana - llamada Amida - o no. Los sabios, fieles a su costumbre, discuten justificando sus posiciones. Algunos dirán que es preferible que rece nuevamente, mientras que otros argumentarán que frente a la duda de si leyó la plegaria o no es mejor que no la vuelva a leer.

Entre todas estas voces disonantes, yo quiero rescatar hoy las palabras de Rabi Iojanan (¡el mismo que ayer se jactaba de su belleza y nos enseñaba a protegernos del Mal de Ojo!), quien pertenecía al grupo de los que creen que es bueno volver a rezar, ya que "ojalá y el hombre rezara el día entero."

La expresión de deseo de Rabi Iojanan no debe ser entendida como la búsqueda de una vida signada por la repetición sistemática del mismo texto ritual durante 24 horas. Por el contrario, al menos yo leo en las palabras del sabio talmúdico el anhelo de lograr que podamos expandir la conciencia de forma tal de tener presente aquello a lo que la plegaria apunta: una vida significativa en sociedad con lo divino que anida en cada uno nosotros.

La plegaria, en este sentido, sería la herramienta que nos posibilita dicho encuentro. Es el entrenamiento del alma - ¡que nunca debe disociarse del cuerpo! - para expandir nuestro corazón hacia el conocimiento de lo trascendente. La plegaria, por tanto, no es el fin sino el medio. O, usando una hermosa imagen budista, es el dedo que apunta a la luna, pero no la luna misma.


En consecuencia, y a fines prácticos, el desafío que podemos tomar de Rabi Iojanan, y que muchos años más tarde aparecerá en los escritos de pensadores tan distintos como Maimónides y el Baal Shem Tov, es ejercitarnos en levantarnos temprano por la mañana agradeciendo por los milagros de la vida cotidiana, estirando esa sensación de asombro y maravilla durante el resto de la jornada, aplicando ese mismo estado del espíritu a las tareas que nos toque realizar. Porque rezar no es sólo un acto de leer libros de plegarias. Con el resto del cuerpo y durante el resto del día, la tradición judía nos dice que podemos hacer oración a partir de cada gesto y de cada acción en la que nos embarquemos. De eso se trata, a fin de cuentas, estar hiperconectados.

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