domingo, septiembre 30

Ecualizador existencial

Brajot 45a - 45b

Algunas semanas atrás hablábamos de la importancia de gritar en silencio y reconocíamos que no por gritar más fuerte ibamos a tener más razón. En esta mañana de domingo, me encontré con otro dictamen talmúdico que de alguna manera continua con la misma línea pero desde un ángulo distinto.

El contexto es el siguiente:

Dentro de la plegaria judía, la lectura pública de la Tora - o Pentateuco - tiene un lugar preponderante. Esta recitación comunitaria tenía un carácter claramente educativo y servía para que todos pudieran escuchar, reflexionar y aprender sobre las narrativas y leyes que aparecían en el texto.


Sin embargo, la Tora está escrita en hebreo, y la gran mayoría de la población judía de hace mil quinientos años hablaba arameo. En consecuencia, al momento de leer la Tora, una persona recitaba el texto original y otra lo traducía al idioma que entendía la gente.

Teniendo todo esto en cuenta, el Talmud declara:

"El traductor no puede elevar su voz por sobre la del lector [de la Tora]. Y si es imposible para el traductor elevar su voz igualando el tono de voz del lector [de la Tora] entonces el lector [de la Tora] debe bajar su tono y leer."

En este diálogo alternado entre lectura y traducción, lo que el Talmud pide es que ambas voces sean capaces de mantenerse en el mismo volumen: Ni el traductor puede hablar más alto que el lector, ni el lector puede gritar más fuerte que el traductor. Más aun: en caso de que uno de los dos no pueda llegar con su tono de voz a "empatar" el tono de voz de su compañero, es obligación de quien tiene el vozarrón más marcado reducir su tono hasta que se igualen las voces.


Todo esto traducido a nuestros tiempos nos vuelve a ubicar en una sociedad en la cual la moneda común suele ser la de intentar doblegar al contrario a partir de la competencia por quien habla más fuerte, con más vehemencia y sin lugar para ninguna concesión. Frente a esta lucha dialectica constante, el Talmud nos recuerda la importancia de aprender a ecualizarnos con nuestros semejantes: no porque tengamos que pensar todos lo mismo, sino porque sólo a partir del encuentro en la diferencia es que podemos crecer y encontrar soluciones a problemas que en muchos casos terminan siendo de interés general. La invitación a buscar tonos de voces que respeten tonos similares nos recuerda que podemos opinar diferente pero eso no nos da derecho a ningunear a quien profese una creencia distinta a la nuestra. Cuando nos ecualizamos nos reconocemos como iguales, y a partir de esa base existencial nos damos la posibilidad de dialogar como hermanos en la esperanza de llegar juntos a acuerdos que nos ayuden a ser cada vez mejores.

1 comentario:

  1. grafica la idea bellamente,sera de mucha ayuda al ;ponerlo en la practica, gracias.

    ResponderEliminar