Brajot 19a - 19b
Aun cuando nunca se la ha considerado una disciplina olímpica, la manía de ajusticiar a los demás blandiendo a diestra y siniestra el dedito acusador se ha vuelto una suerte de deporte altamente diseminado por todos los rincones del mundo.
Al parecer, se nos hace fácil juzgar a los demás. Somos expertos en encontrar la paja en el ojo ajeno. Y somos rápidos para condenar los errores que cometen aquellos que tenemos alrededor, sin darles por lo general el beneficio de la duda.
Frente a este escenario tan conocido, el Talmud viene y nos dice lo siguiente:
Veamos: Ante todo, el texto reconoce que incluso los estudiosos transgreden. Aquí no se cree que los sabios son perfectos y nunca pecan. Por el contrario, son seres humanos con fallas como cualquier otro.
Pero así como no debemos sorprendernos de que alguna vez una persona letrada se equivoque, lo que es verdaderamente interesante es la segunda parte del enunciado, aquella que nos habla a nosotros, los fiscales que sed de condena. El Talmud nos dice que incluso si tenemos la certeza de que la persona ha transgredido, debemos suponer que se arrepintió en el correr de esa misma noche. Mientras que no hay presunción de inocencia, lo que se nos pide es que haya presunción de arrepentimiento.
Juzgar a los demás - y a nosotros mismos - bajo el paradigma de la presunción del arrepentimiento es una herramienta poderosa para enmarcar nuestro juicio en el ámbito del amor y no de la severidad intransigente. De esta forma, propiciamos un mundo en el cual reconocemos que somos seres perfectibles, que es válido equivocarse y que uno siempre debe hacer revisión de sus propias acciones y decisiones, trabajando con constancia para mejorar. El error principal, en todo caso, no está en la transgresión cometida, sino en la imposibilidad crónica de reconocer nuestras fallas y arrepentirnos por lo realizado. He aquí la única manera de no tropezar una y otra vez con las mismas piedras.
Al parecer, se nos hace fácil juzgar a los demás. Somos expertos en encontrar la paja en el ojo ajeno. Y somos rápidos para condenar los errores que cometen aquellos que tenemos alrededor, sin darles por lo general el beneficio de la duda.
Frente a este escenario tan conocido, el Talmud viene y nos dice lo siguiente:
"Si has visto a un estudioso de la Tora cometer una transgresión por la noche, no lo acuses por la mañana ya que tal vez se ha arrepentido."
Veamos: Ante todo, el texto reconoce que incluso los estudiosos transgreden. Aquí no se cree que los sabios son perfectos y nunca pecan. Por el contrario, son seres humanos con fallas como cualquier otro.
Pero así como no debemos sorprendernos de que alguna vez una persona letrada se equivoque, lo que es verdaderamente interesante es la segunda parte del enunciado, aquella que nos habla a nosotros, los fiscales que sed de condena. El Talmud nos dice que incluso si tenemos la certeza de que la persona ha transgredido, debemos suponer que se arrepintió en el correr de esa misma noche. Mientras que no hay presunción de inocencia, lo que se nos pide es que haya presunción de arrepentimiento.
Juzgar a los demás - y a nosotros mismos - bajo el paradigma de la presunción del arrepentimiento es una herramienta poderosa para enmarcar nuestro juicio en el ámbito del amor y no de la severidad intransigente. De esta forma, propiciamos un mundo en el cual reconocemos que somos seres perfectibles, que es válido equivocarse y que uno siempre debe hacer revisión de sus propias acciones y decisiones, trabajando con constancia para mejorar. El error principal, en todo caso, no está en la transgresión cometida, sino en la imposibilidad crónica de reconocer nuestras fallas y arrepentirnos por lo realizado. He aquí la única manera de no tropezar una y otra vez con las mismas piedras.
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